El "Heraldo de Aragón" cubrirá íntegramente el Tour'07 de Héroes del Silencio a través de su corresponsal Pablo Ferrer.
Pablo mantiene un Blog (http://www.heraldo.es/especiales/entredostierras/) donde va informando puntualmente del desarrollo de la gira.
Tras el concierto de Guatemala, realizó la siguiente crónica y fotografías.
Fuente: http://www.heraldo.es/especiales/entredostierras/
ONCE AÑOS, UN DÍA, UNA HUELLA, MIL RECUERDOS
Crónica. Estilo elegido: telegráfico denso. Toma primera. No habrá segunda ni tercera, esto es como un videoclip de un tirón, cámara en mano, pero con hipo. El hipo lo marcan los puntos y seguido. Y los puntos y aparte. Cojo aire. Va.
Los Héroes triunfaron en Guatemala, que celebraba su independencia. Libres de azote desde 1821. Presos de entusiasmo en 2007. Lo hicieron –triunfar- al calor de un cariño zonal de muchas banderas nacionales anudadas por las almas. El patrioterismo que molesta en otros entornos resultó dulce y sentido en éste, en mitad del estadio de los lemas militares que en esta ocasión quedaron silenciados metafóricamente –el nombre de la banda hizo su trabajo, claro- y en la práctica, debido al vendaval fanático que sopló como molino de viento en terreno abonado para las historias quijotescas. Los Héroes del Silencio ganaron esta batalla con las armas de una música que no envejece, y que el sábado brotaba de los altavoces trayendo los ecos de aquellos años noventa de locura hemisférica. Una música que, puesta en trenza por miles de manos invisibles, se constituía en domo hermético y congelaba el tiempo para abrir por dos horas una franquicia de Shangri-La a miles de kilómetros del Nepal. Todo desde la majestuosidad de un montaje que no tiene parangón en la historia de la música española, y desde el carisma de una banda –cuarteto de cinco artistas en esta gira, gracias a la “sangre de nuestra sangre” a la que aludía Bunbury cuando presentaba a medio concierto a Gonzalo Valdivia- que genera un culto rayano en lo obsesivo.
Primera canción. No todo cae donde debe caer. Casi nadie se apercibe. De ahí al final, aunque Bunbury ejercite su humildad pidiendo perdón público por los problemitas técnicos, no hay tacha. Ayudan las canciones, grandes en concepción, grandiosas en ejecución. Ayuda el temple de Joaquín, la emoción contenida de Juan –que la vuelca en su guitarra, y de qué manera-, la pegada cálida de Pedro, la entrega y precisión de Gonzalo, el magnetismo de Enrique (quedamos en que aquí se podía llamarles por el nombre de pila, ¿recuerdan?) y el acabado pinturero del cuadro que se apreciaba desde el césped, la gramilla acá en Guatemala, al mirar hacia el escenario. Enrique se convulsiona, boxea con su sombra, aúlla con el micro a un lado de la cara como mandan los cánones para evitar los acoples. Los dos años fuera de escena (con la salvedad del concierto del Liceo junto a Nacho Vegas) no le han hecho olvidarse de cómo se agita a un público que, eso sí, andaba predispuesto a la adoración. Los ticos de Rueda Fortuna en primera hilera, la gente de las Líneas del Kaos al pie del cañón, Mike de El Pulso Sin Descanso haciendo honor al nombre de su club, Aragón Musical al pie de la noticia -talón incluido- y al codo, y a la rodilla. Jabatos. Todos remando en la misma dirección.